lunes, 2 de abril de 2012
Ocultismo y evasión
Las supersticiones, mitos, creencias ocultistas, hechicerías, nigromancias, brujerías, adivinaciones, tabúes, fetiches, amuletos..., no pocas veces engendran una constelación de peripecias ligadas a la naturaleza humana, de la que resulta difícil desembarazarse. Suelen producirse con más vehemencia en épocas de crisis y en situaciones críticas de las personas. Entiendo que dichos fenómenos vienen determinados por ese afán o impulso interior de trascender a la propia realidad. Unas veces, porque el misterio que nos rodea resulta tan indescifrable que necesitamos asirnos a alguna explicación que, a falta de razón fundamentada, se sustente al menos, en fantasía. Otras veces porque necesitamos algún resquicio por el que nos evadamos o amortigüemos el golpe de una existencia, que tantas veces nos machaca o engulle en sus fauces. No pocas veces necesitamos de objetos o experiencias que otros nos brindan (generalmente vinculado a intereses lucrativos de quien nos lo ofrece), con la proyectada finalidad de aliviar nuestras penas o conseguir dinero, amor y bienestar. Y otras, vivimos con tanta incertidumbre el futuro, que buscamos ansiosos el bálsamo de algo o alguien que nos pronostique los acontecimientos que nos van a suceder.
miércoles, 28 de marzo de 2012
Educación, liberar el genio de la lámpara
La vida de cada persona es un misterio. La originalidad con la que somos concebidos y aterrizamos en esta historia nos constituye como personas irrepetibles y geniales. No importa que unos tengan mayores dotaciones intelectuales, dominio más destacado en habilidades artísticas o posibilidades relacionadas con su naturaleza física. Contemplar cada perfil de nuestros congéneres, incluso aquellas vidas que nos parecen más determinadas por aspectos defectuosos, nos harán ver la singularidad y genialidad del ser humano. Pero las
posibilidades de desarrollo y crecimiento de las personas no se dan en todos por igual. Las condiciones de existencia de cada uno son tan dispares que pueden llevar a alcanzar cuotas grandiosas de perfeccionamiento o dejar al genio encerrado en una lámpara de Aladino. Si nadie la acaricia, el espíritu quedará aprisionado por toda su existencia, incluso engendrar deformidades.
La educación cumple esa función de liberar al genio. Y es en los primeros años de vida y en la etapa adolescente donde la educación tiene una mayor incidencia. Todos podemos rastrear en nuestro pasado y darnos cuenta de situaciones vitales que han dejado profundas huella. Huellas liberadoras del genio o restregones destructores que nos han dejado aprisionados y subyugados en la estrechez de la lámpara.
Educar no es adoctrinar. Se trata de hacer posible experiencias, facilitar caminos para explorar, crear cauces para descubrir el lugar que a cada uno quiere elegir, establecer mediaciones que posibilite a todos ser protagonistas y expresar su PALABRA.
lunes, 12 de marzo de 2012
Deslealtad y fronteras
Todo aquello que encontramos en el transcurso de nuestra vida es para disfrutarlo. Pero no nos pertenece. Es patrimonio gratuito que pertenece a todos. Cuando digo ”a todos”, me refiero a todos aquellos que hemos aterrizado en este mundo y ocupado cada rincón de la tierra. Desde las esquinas más perdidas de África, hasta el centro más preciado de nuestro hogar de Occidente.
No tengo yo más derechos que ese pobre vagabundo que deambula de acá para allá sin tener un techo bajo el cual cobijarse. Ni estoy en posición de mayores privilegios que el subsahariano, que abortado de su país de origen, a causa de la hambruna y la miseria, llega en patera a las costas españolas, buscando desesperados un porvenir incierto para él y sus familiares que quedaron lejos.
No existen fronteras naturales que dividan el planeta en los del Norte y los del Sur, en Oriente y Occidente, Asia y Europa, Primer y Tercer Mundo, Castellanos y Vascos, Catalanes y Andaluces… … No hay fronteras. Se han dibujado, en función siempre, de los intereses de los más fuertes o los más avispados. Las fronteras las ponemos nosotros, en virtud de intereses ilegítimos que pretenden acaparar bienes y privilegios, desde la cerrazón egoísta.
Los bienes que están en este suelo que pisamos, no le pertenecen a quien llegó primero, ni en función de la parcela artificial del planeta donde uno nazca. Están ahí para ser usados en función de las necesidades de cada uno. Y como ocurre con la libertad, puedo usarlos en la medida que su uso no vulnere el legítimo derecho que tiene también el otro a su propio disfrute. Han de cubrir mis necesidades, pero también del que está a mi lado, del que viene de lejos y del que está en la distancia.
Los bienes (materiales, culturales, estéticos, etc.), pueden servir de puente para unir a todas las personas, no para separar, posibilitan estrechar lazos, para crear la fraternidad humana, la fraternidad universal. Para vivir todos y que no malviva nadie. Lo contrario es una deslealtad proyectada no sólo contra los demás sino también contra nosotros mismos.
viernes, 9 de marzo de 2012
Medias verdades y elocuentes mentiras
La mayoría de los padres, y también los abuelos, consideran a sus vástagos los más bonitos del mundo o los más salados… Pero son millones y millones de padres, millones y millones de abuelos, que tienen idénticas apreciaciones sobre sus propios descendientes. Nos da esto idea de la poca objetividad con la que nos enfrentamos a la realidad y a la propia naturaleza humana; y de cómo los sentimientos son capaces de enturbiar la visión realista de la vida. ¿Qué es verdad y qué es mentira?, nos preguntamos sin hallar respuestas convincentes.
Al reparar en los heterogéneos discursos que nos lanzan políticos, analistas, pensadores, filósofos y voceros de toda índole, nos damos cuenta de que el peso de “la verdad” que anuncia cada uno, es tan poderosa como la “verdad” antagónica de su contrario. Es decir, pensamientos opuestos, en extremos que parecen irreconciliables, son verdades fidedignas vistas desde la esquina de sus respectivos argumentos. Hoy se viene manteniendo (incluso por un mismo agente) una posición y su contraria sin ningún recato.
Desde ésta, y, perspectivas similares, sería fácil afirmar que todo en el fondo es mentira. Sólo el cristal con el que miramos nos ofrece imágenes, que creemos realistas, pero que pueden variar cuando nos cambiamos de gafas. Por ello creemos sentirnos más seguros cuando nos encerramos en círculos relacionales de los que usamos las mismas “gafas”. Fuera del círculo, todos son extraños, visionan la vida desde parámetros diferentes y nos encontramos amenazados por su forma de mirar.
El riesgo de convertirnos en seguidores sumisos a ideologías, grupos políticos, adhesiones religiosas u otros tipos de grupo, es evidente. Sólo si somos capaces de contemplar la vida y cuanto acontece, con mente abierta, sin prejuicios, y con la capacidad de intercalar con frecuencia las “gafas” con las que visionamos la realidad, nos puede permitir acercarnos un poco a la objetividad que ansiamos. Porque la verdad no es de nadie. Está compartida.
miércoles, 7 de marzo de 2012
Educación en candelero
Soy de una generación en la que, aquellos que pertenecíamos a sectores de población con escasos recursos, sobre todo en zonas rurales, apenas teníamos posibilidad de recibir una educación medianamente decente. Algunos lo conseguimos gracias a nuestra salida de la casa paterna para internarnos en colegios de religiosos, con la perspectiva de terminar siendo miembros de las órdenes que nos acogían. Aunque al final, muy poco terminaron engrosando dichas instituciones. Otros, los menos,fueron a colegios de pago o públicos, pero forzando una inmigración a centros poblacionales donde éstos se ubicaban, lo que suponía un desembolso económico, que sólo con tremendos sacrificios de los progenitores, lo hacían posible. Pero una gran mayoría de nuestros coetáneos no corrieron esa suerte, y apenas tuvieron otra posibilidad que aprender a leer, escribir y defenderse con las “cuentas” básicas.
Es verdad que en muchos casos, la educación que hemos recibido tampoco nos ha abierto grandes perspectivas laborales, y, por regla general no nos ha sacado de pobres. Podemos haber ido a la universidad, sacado una carrera y mal que bien obtenido un trabajo ligado a la profesión, pero puede que no nos haya proporcionado grandes estipendios económicos. Pero sí una gran satisfacción moral y una dignificación personal que está muy por encima del dinero. Porque eso es lo que tiene la educación, posibilita el desarrollo del intelecto, la comprensión del mundo que nos rodea y el despliegue de las capacidades que más humanizan a los seres humanos.
Con la llegada de la democracia y los avances en los sucesivos planes y leyes educativas, el panorama cambió por completo. Las posibilidades de acceso a la educación, independientemente de que todo puede ser mejorable, ha sido prácticamente plena. Y hemos podido gozar de una educación básica y gratuita desde una educación pública de calidad. Con sus lagunas, es verdad, pero que ha supuesto un avance sobresaliente. Quién iba a pensar hace años que cualquier niño, independientemente de extracción social, podría tener educación gratuita y de calidad hasta los 16...
Pero hemos de ser conscientes de que la educación tiene aún por delante un largo camino que recorrer; metas que perseguir y errores que corregir. Y que este pulso hacia el futuro implica sobre todo inversión económica significativa. Es esencial para la vida del ciudadano y por ende para el desarrollo económico de los pueblos.
jueves, 1 de marzo de 2012
El correo sin alma
¡Qué agradable experiencia la de establecer contactos y relaciones a través del correo postal! En la época en la que estaba enfrascado, en la plena adolescencia y 1ª juventud, las cartas que recibía y enviaba, por lo general, iluminaban y daban brillo al devenir de mis días. Y me insuflaban la autoestima. Conservo cartas que aún retienen perfúmenes, que me transportan a aquéllas épocas, removiendo sentimientos lejanos y acercándomelos a la frontera de mi presente. Que maravilloso tener la posibilidad de acercar la pituitaria a ese sobre, con signos inexorables del paso del tiempo, y deslizarte, a través de su olor, al encuentro de momentos sublimes de tu pasado.
En la actualidad, el correo electrónico y las nuevas tecnologías, han dado un paso de gigante, en cuanto al establecimiento de la comunicación y las relaciones rápidas. Sin embargo, se mueven en un terreno de primacía virtual que deja de lado otros sentidos. La calidad física que entraña aplicar el tacto, palpando sobres y cartas, estableciendo cierto contacto físico como extensión del cuerpo del remitente, se me antoja insustituible. El aroma, la tinta, los dibujos y otra variedad de recursos icónicos, adjuntados para las diversas situaciones, configuraban un espectro de tonalidad colorista que te transmitían calidez y frescura.
Los emoticones, iconos, fotografías, músicas para ambientar el contacto de esta época, no dejan de ofrecer una gran variedad de matices y recursos, pero pienso que contienen una mayor frialdad y encorsetamiento. El desarrollo y los avances técnicos dejan con frecuencia en el tintero aspectos que eran esenciales. Nos atrapan con sus grandilocuencia colorista, mientras esconden en el fondo un pinchazo de deslealtad.
martes, 28 de febrero de 2012
La maldición del trabajo
Hubo un tiempo en el que creía en la realización personal a través del ejercicio de la profesión. Digo profesión y no trabajo. Porque en aquel tiempo estaba obsesionado con esa supuesta diferencia. Atribuía al ejercicio profesional un valor poco menos que supremo. Lo entendía como una dimensión en estrecho vínculo con las posibilidades de aportar energía, capacidades y valores (proporcionados por la naturaleza, la formación, la universidad…) a la transformación y el perfeccionamiento del mundo que habitamos. Y además, la realización de ese ejercicio u esfuerzo, se llevaría a cabo de forma muy satisfactoria, dado que el esfuerzo iría vinculado a tareas que verdaderamente te gustaban (lo que entendía como profesión vocacional). En una palabra, la ocupación profesionalizada suponía, el fondo, un ejercicio de autorrealización.
Por ende, el ejercicio del trabajo, sin otra adherencia, no sería más que llevar a la práctica aquella sentencia bíblica que proclamaba: “ganarás el pan con el sudor de tu frente”. Es decir, el trabajo como medio para poder subsistir, o en el mejor de los casos, recibir compensación económica más o menos holgada.
En el círculo en el que yo me movía, ligado fundamentalmente a la universidad, establecíamos frecuentes debates sobre el tema, con la pretendida intención de poder llegar a sentar cátedra sobre el alcance de estos dos conceptos y las interacciones que se daban entre sí. Ni que decir tiene que aquella visión era profundamente teórica (como demostraría posteriormente la experiencia), incluso tenía un cierto tufillo de elitista. Hacía de menos a la inmensa mayoría de habitantes de este planeta, que ni siquiera pueden permitirse el lujo de preguntarse, en qué quieren trabajar, si es que tienen la posibilidad de trabajar en algo. Mucho menos el de tener una preparación adecuada para ejercer una profesión conforme a su inclinación vocacional.
Para muchos de aquellos que nos preparamos (a través de Formación Profesional, universidad, etc.) aquellos esquemas se nos fueron derribando o diluyendo paulatinamente. Algunos no hemos podido ni tan siquiera poner en práctica lo aprendido en los respectivos ámbitos del saber, teniéndonos que conformar con cualquier trabajo al alcance de nuestra mano. Otros trabajamos en ocupaciones que, aunque con cierto vínculo con el área profesional de nuestra “carrera”, quedan muy lejos del horizonte que en su día nos trazamos. De este modo se nos ha ido al garete nuestra pretendida autorrealización a través de la profesión.
De modo que las cuotas de realización personal, de disfrute, de felicidad…, hemos de buscarlas a través de la liberación del trabajo. O dicho de otro modo, quitarle tiempo al trabajo para ganar tiempo al ocio, y conseguir también unas condiciones que humanicen a la persona de modo progresivo. Dignas aspiraciones para aquellos que conservamos empleo (Cinco millones de españoles ni siquiera pueden permitirse las mismas).
Pero la dura realidad, concretada en la última reforma laboral, no sólo no nos permite avances en este sentido, sino que abre grandes compuertas para entrar en vías de significativos retrocesos. Más que a la humanización seguimos abocados a la vieja acepción de la maldición del trabajo.
viernes, 24 de febrero de 2012
El laberinto
El conejillo de indias con el que practicábamos en el laboratorio, apareció triunfante en la meta. Tras el éxito obtenido con él en la prueba del laberinto, yo mismo me inoculé la misma pócima que utilizamos para fortalecer su orientación. Pero alguien debió cambiar la fórmula. Y aquí sigo, perdido por los pasillos de la Facultad de Psicología, incapaz de encontrar la salida.
Al azar, he llegado al laboratorio. Pero el animalillo está muerto. Y ahora, nadie puede ayudarme a salir del laberinto.
jueves, 23 de febrero de 2012
El termómetro de mal agüero
¿Qué me estaba ocurriendo? Un escalofrío, como descarga eléctrica repentina, había anulado la capacidad de mis piernas para seguir caminando. Era incapaz de pasar el puente. Sentía que todo mi cuerpo estaba congelado. Había llegado desde mi casa hasta ese punto sin especiales dificultades. Eso sí, con las prendas de abrigo necesarias para prevenirme del intenso frío: los calzoncillos pulgueros, la camiseta térmica, el anorak de doble forro, la braga para cobijar el cogote, la gorra rusa para evitar que mi calva sufriera las inclemencias de la ventisca… … Con todo ese bagaje sobre mí, había recorrido el tramo anterior, con paso decidido, y mis constantes vitales a pleno rendimiento.
¿Qué había hecho que en ese instante todo mi ser quedara paralizado y bajo los efectos de una congelación psicológica? El termómetro. Un termómetro que está colocado al comienzo del puente y que tiene la dudosa virtud de marcar 6 ó 7 grados menos de la temperatura real. En ese momento señalaba 9 grados bajo cero. Eso había sido. No me había congelado por los efectos del frío, sino por el medidor que me informaba de modo exagerado de las inclemencias meteorológicas.
Pero sobre mí, otras causas de congelación estaban latentes y rebulleron súbitamente en mi cabeza. Eran otros termómetros que de modo reiterativo, todos los días, nos venían atemorizando con las negras perspectivas de un futuro sin horizontes. Los termómetros de la radio, la televisión, la prensa..., haciéndose eco de acontecimientos y circunstancias borrascosas que atenazan nuestro mundo, estrujándolo como un limón. Esos termómetros sí que te dejan congelado y con la moral por los suelos. Y en cierta medida uno echa de menos, a alguien que te hable de brotes verdes, aunque no se ajusten fielmente a la realidad. Estoy convencido de que, al menos, desde esa visión, nuestra autoestima podría salir más reforzada. ¿Y qué mejor brote verde que la autoestima alta del pueblo llano?
lunes, 13 de febrero de 2012
Nos queda la palabra
Búsqueda de palabras. Abrir el horizonte para expandir e interpretar la realidad. Inventar la realidad.
Palabras, palabras, palabras... Juego de palabras. Sueño de palabras. La realidad prendida de las pinzas de las palabras. La realidad se desprende, se aniquila, pero quedan las palabras.
<> (Blas de Otero. Canción musicada e interpretada por Aguaviva, Paco Ibáñez)
Me fundo con los sinónimos. Me sumerjo en los diccionarios en búsqueda de las esencias de la vida.
Pasión : ardor, ímpetu, fogosidad. Me lastima la vida, me quemo al introducir mis manos en las brasas del delirio humano. Quedan rescoldos, quedan cenizas..., ímpetu para revitalizar la hoguera.
Amor : afecto, ternura, sentimiento, (también) pasión. Dar la vida, retenerla para darla. Morir de zozobra. Anhelos no correspondidos. Afectos rotos. Misterio de encuentro. Donación sin correspondencia. Fidelidad, sacrificio. Felicidad. Búsqueda de plenitud.
Libertad : autonomía, emancipación, rebeldía. Quiero ser yo mismo. Romper las cadenas que me someten a los antojos de los que ostentan el poder. Poder ideológico. Poder económico. Poder religioso. Poder de la tradición, las costumbres, lo políticamente correcto. Me rebelo contra mí mismo, me rebelo contra...¡Qué se yo!. Estoy atado a tantas cosas...
Me consume la deslealtad, sujeto y objeto, en las fauces y en sus garras.
viernes, 10 de febrero de 2012
Cenicienta en zuecos
Roto el cuento, Cenicienta tuvo que volver a su modo primigenio de existencia. Como no tenía otro lugar donde rehacer su vida, no le quedó más remedio que acordar con su padrastro el regreso a la casa “in-paterna” y retomar las faenas vulgares que otrora la catapultaran a la celebridad más imprevista.
Inflada de sentimientos confusos, se encerraba cada día en la cocina y mientras pelaba las patatas, recordaba el sueño en la que estuvo envuelta durante las últimas décadas: la aparición de su hada madrina; la transformación del vestido remendado y envuelto en una nube de ceniza, en un pret-a-porter esplendoroso de novia, lleno de lentejuelas y brillantes; las joyas y collares repletos de zafiros con los que adornaba su juvenil figura; la mutación de la calabaza en la carroza de oro; de los ratones en viriles y veloces corceles, sus zapatos de cristal que acariciaban con mimo sus pies de bailarina de balé; y la llegada del príncipe a su vida dando un vuelco a su existencia miserable para convertirla en princesa.
Sus recuerdos eran interrumpidos por sus hermanastras que se acercaban a ella solo para mofarse. Ahora, de una forma más brutal que en la antigua época. Toda la envidia que las había corroído daba paso a una agresividad sin medida y a manifestaciones humillantes que dejaban a Cenicienta postrada en un mar de lágrimas.
Era ese el momento en que masticaba la nuez más amarga del recuerdo. La rotura de sus zapatos de cristal. Y con ello la disipación de aquella irrealidad que ella había creído real y que duraría para siempre. “Sólo ha sido una quimera”, pensaba, herida en lo más profundo de su autoestima. Y bajando la cabeza miraba sus pies, calzados con un par de zuecos de madera, con la ligera esperanza de volver a descubrir los que antes fueron de cristal.
“¿Habrá alguien más desdichada que yo?”, se preguntaba Cenicienta. Y vio la respuesta al lado: Un diablillo se había hecho presente en la cocina y desgranaba frases que parecían no tener sentido:
- Las eléctricas elevan al máximo las tarifas para que se jodan los que se están muriendo de frío.
- Un personajillo engreído, bravucón y sin luces tiene en sus manos el botón rojo para mandar a la civilización al quinto infierno.
- Multitud de seres humanos deambularán en campos de refugiados, congelados, hambrientos, desolados y con su dignidad por los suelos.
- La sociedad del bienestar va cayendo en picado para regocijo de quien saca enormes beneficios del declive de la mayoría.
- Las nuevas generaciones no encuentran lugar para desarrollar sus capacidades, y tienen que emigrar en búsqueda de un futuro fuera de su tierra… … …
El diablillo continuaba lanzando consignas mientras desaparecía por la chimenea, y Cenicienta confusa y desorientada, permaneció sentada en una silla, absorta en sus zuecos de madera.
miércoles, 8 de febrero de 2012
Crisis...¿resistencia o pasividad?
Cuando las tareas escolares eran sensiblemente inabordables o el cúmulo de exámenes que te venían encima, implicaba un nivel desorbitado de tiempo para dedicar al estudio, yo bajaba la guardia y me decía a mí mismo: “que pase lo que tenga que pasar”, y caía en el abandono. Con este proceder emulaba la conducta que tantas veces había observado en mi abuelo. Cuando se veía sometido a dificultades que lo superaban, se acurrucaba como un ovillo frente al rescoldo de lumbre. Dejaba la mirada perdida entre las brasas aún incandescentes, y exclamaba a intervalos repetitivos, como en susurro de jaculatoria: “Bueno..., Dios abrirá camino”.
Procedía de familia con fortuna desahogada. Me cuentan que mi abuelo, había vivido una juventud plácida y sin dificultades aparentes. Recibió de mis bisabuelos una opulenta herencia. Abundantes tierras de cultivo y pasto para el ganado, haciendas numerosas, viñas y bodega, estaban al alcance de sus dominios. Pero el destino determinó, que todo ese gran volumen, se fuera empequeñeciendo, hasta quedar reducido a la mínima expresión.
De poseer haciendas numerosas, mi abuelo llegó a quedarse con una mula coja, con la que mal cultivaba los retales de tierras que le sobrevinieron a embargos y pleitos perdidos. Logró también retener una bodega medio en ruinas, donde se refugiaba, exprimiendo las pocas uvas que habían sobrevivido a las discordias. Con ellas elaboraba, fielmente cada año, alguna cuba de vino y cantidades proporcionales de aguardiente clandestino. Tengo la impresión que el calor de estos líquidos, le dieron la fuerza para seguir, aun derrotado, con la cabeza alta en la vida.
Esos caldos le acompañaban también en la cocina. Los espacios interminables en los que vivía ensimismado con las brasas de la lumbre, eran rotos, de cuando en cuando, con algún envite de botella. Así lo descubrí yo, muchas mañanas de mi niñez. En las que él, se apresuraba ufano, a tostarme en las brasas, una rebanada de pan casero, que me ofrecía orgulloso, tras haberlo rociado con unas gotas de orujo. Me sentaba a su lado, haciendo corro en torno a la chimenea y compartía con él ese tiempo de desazón, participando pasivo de sus frecuentes jaculatorias: “Bueno..., Dios abrirá camino”.
domingo, 5 de febrero de 2012
Era de nogal el santo, por eso pesaba tanto.
Estaba con la moral por los suelos. No me apetecía nada, ni encontraba alicientes en el horizonte de mi vida. Tenía la sensación de que todo era un sinsentido. Y mi amigo Rubén logró convencerme para que diera un paso.
– "Mira, vete a ver a un terapeuta. Yo también tuve que recurrir a él..., y de verdad, que merece la pena".
La recomendación de Rubén no era nueva para mí. Algo parecido me llevaban diciendo mi mujer; los miembros de la peña de fútbol, cuando en alguna tertulia nos poníamos transcendentales; el padre prior del convento de frailes donde yo me recluía, de vez en cuando, buscando una supuesta identidad perdida; el gestor de actividades artísticas del ayuntamiento que, no sé por qué, también está asociado a mis neuras; el médico de la mutua que cada año me recomienda una retahíla de pócimas y yerbas para el remedio de todas mis dolencias; la vecina del quinto que se mete en nuestras vidas como si fuera la propia; y hasta el farmacéutico al que suelo recurrir cuando me atenazan los procesos catarrales del invierno.
A nadie había hecho caso. Estaba convencido de que mis crisis eran pasajeras, y que lo mismo que llegaban terminarían por evaporarse. Pero el gran poder de convicción de Rubén y la influencia que siempre ha tenido sobre mí, hicieron el milagro de remover el parapeto de mis defensas, y, no sin reticencias, pedí cita en el gabinete de un psicólogo.
La verdad es que sólo le duré un asalto. El terapeuta, tras espolearme a que le contara todo lo divino y lo humano asociado a mi vida, concluyó que la causa de mi mal era mi baja autoestima. Y acto seguido me propuso la solución. Resulta que lo único que debía hacer era autoconvencerme del gran valor que atesoraba mi persona. Yo, según él, era una persona "chachi" (utilizó esa ridícula expresión, en su intento de pasar por jovial), que tenía grandes valores, una fuerza vital con la que me había favorecido la naturaleza..., y qué sé yo, cuantas grandezas más, que fue desgranando y que yo fui incapaz de retener debido a su verborrea.
– "¿Y cómo autoconvencerme de ello?" Le pregunté confuso y sumido en un mar de dudas.
– "Lanzándote permanentemente mensajes positivos – Me contestó con una seguridad sin fisuras- Mensajes que proyectes desde tu pensamiento, del tipo: "tú vales mucho", "eres guapo y resultón", "puedes lograr todo lo que te propongas"
Pero no sólo debía enviarme mensajes mentales, sino escribir estas consignas y distribuirlas por toda la casa para que me topara con ellos en cualquier momento del día.
Yo no estaba convencido de que esto diera algún resultado, pero al comprobar la minuta que el terapeuta me pasaba por aquella única sesión, se me esfumaron las dudas (no hay mejor argumento de convicción que el que va unido al expolio de tu bolsillo), y pasé solícito a ejecutar sus sentencias. Así es que sembré toda la casa de adhesivos con consignas. En los muebles, frigorífico, lavadora, alacenas, espejos, ventanas, retrete... La casa parecía haber sufrido un descalabro y soportado una cura de urgencia con un sinfín de apósitos y tiritas.
Mas para descalabro, el que yo sufrí cuando salí a la calle obsesionado por amortizar el dinero invertido en aquella empresa. Tan ensimismado iba recitando internamente las supuestas frases salvadoras ("tú vales mucho", "eres genial", "qué magnifica vida te aguarda", "no hay nadie como tú"...), que no reparé en un bache de esos que pasa por alto el ayuntamiento, y ¡zas!, metí la pata en él, y me disloqué la rodilla.
En ese momento se me vino a la memoria otra caída, que tuve en mi pueblo, cuando comenzaba a ser un mozalbete. Otro tiempo de crisis de edad. Entonces me fui por los suelos por empeñarme en transportar un santo en una de las procesiones. Estaba seguro de que si era capaz de cargar con las andas, ya sería considerado un hombre de pelo en pecho y pavonearme como un donjuán entre las mozas de la villa. Yo estaba convencido de que la carga era liviana, perfectamente podría arremeter con ella. Pero he aquí que el santo era de nogal, y apenas pude dar unos pasos. Se me doblaron las rodillas y todo el peso vino sobre mí. Santo y yo fuimos por los suelos, sin que los otros tres transportadores pudieran hacer nada por evitarlo. La mofa fue sonada y mi autoestima... por los suelos.
He comprendido que la autoestima no crece lanzándote consignas positivas, si previamente no asumes el principio de la realidad. Era de nogal el santo, por eso pesaba tanto.
jueves, 2 de febrero de 2012
Asignatura pendiente
¡ Qué amarga es la vida que nos borra huellas significativas y experiencias que nos electrificaron en su momento!. Es como si nos produjera encuentros para sepultarnos en desencuentros. Nos enseña lo dulce y nos deja con cara de dejar permanentemente asignaturas pendientes.
Nos hacemos mayores, "maduramos", nos esclavizamos a un trabajo, nos emparejamos, nos adueñamos de una familia, un automóvil, un chalet en la playa, un sinfín de objetos de "valor?"... En fin, construimos una muralla que no permite dejar entrar en nuestra vida relaciones y encuentros naturales, espontáneos, electrificantes. Y olvidamos o dejamos perdidos en la penumbra aquellos que en su momento nos llenaron de vida.
Pero tengo la sensación de que estamos llamados a hacer de las relaciones y encuentros con los demás el sentido de nuestras vidas. El encontrarnos con otros, vivir relaciones expansivas..., da esplendor a nuestra existencia, situándonos en una común-unión que no debe de tener fronteras. Brindo por ello.
miércoles, 1 de febrero de 2012
Autoestima y deslealtad: Colesterol y autoestima
Autoestima y deslealtad: Colesterol y autoestima: La mayoría de la gente vincula el proceso de pérdida de autoestima a situaciones tan diversas como apreciar una imagen deteriorada de sí mis...
Colesterol y autoestima
La mayoría de la gente vincula el proceso de pérdida de autoestima a situaciones tan diversas como apreciar una imagen deteriorada de sí mismo cuando se mira en el espejo, recibir un rapapolvos por parte del jefe, no encajar la crítica despiadada por un trabajo del que se sentía orgulloso, una permanente falta de valoración por parte de su pareja, etc.
Pero yo considero que esto son menudencias. Lo que realmente afecta es el colesterol. Un buen día te sometes a una analítica rutinaria, de esas que realizan las empresas anualmente a sus trabajadores, y ¡zas!, salta la chispa. La primera vez recibes la noticia como una incidencia sin importancia, una pequeña mancha en tu “hoja de servicios” sanitaria. El médico te mira con un mohín de reproche y te lanza:
- “Vaya… Tiene usted el colesterol por encima del límite que se considera deseable. Vamos a tener que cambiar algunos hábitos de alimentación. Y también los hábitos de vida. Sobre todo tiene que introducir el ejercicio, el deporte… Terminar con la vida sedentaria”.
“Vamos a tener…”, te dice, como si él se involucrara en el proceso de esos cambios. Hay que tener mala saña, para lanzarte al ruedo y él ver los toros desde la barrera. Te anuncia su implicación, pero acto seguido se queda al margen. ¡Qué deslealtad! Al menos podría acompañarte en los ejercicios físicos indicándote si estás o no haciendo lo correcto.
O sea, que tú te quedas sólo con el diagnóstico, y comienzas a hacer cambios en tus rutinas. Mal que bien, a la introducción de ejercicios y a la práctica de algún deporte, te adaptas. Incluso llegas a pensar que “no hay mal que por bien no venga”. Pero en lo tocante a la alimentación… ¿Pero cómo renunciar a las sustancias alimenticias que te han acompañado a lo largo de la vida?: el chorizo, la morcillita, los torreznos, el farinato… (en general a todos las exquisiteces derivadas del cerdo), los quesos, la repostería… Es una empresa poco menos que imposible. Si todo eso forma parte de tu identidad más primigenia... Lo mamaste desde los primeros años, cuando el olor de las fritangas, que tu madre aderezaba en la cocina pocos días después de la matanza, llegaban a la cama dándote el impulso necesario para ir a enfrentarte con la vida…
Como el temor a los estragos que puedan derivarse de esa falla sanitaria, te atenazan, intentas, sin mucho convencimiento, poner algún freno a tus adhesiones culinarias. Y te sumerges en un mundo plagado de indecisiones. “Esto si puedo, esto no, bueno si lo tomo por una vez…, a partir de mañana seré más estricto… …” La confusión se apodera de ti y no sabes muy bien ni a lo que andas.
Para colmo, cuando vuelves a enfrentarte a la analítica, compruebas que los desvelos y luchas mantenidas no han dado los frutos deseados. El médico vuelve a mirarte con cara de póker y te lanza una palabreja que recibes como un latigazo:
- ¡Seguimos con hipercolesterolemia!
Y acto seguido me echa una perorata sobre la necesidad de mantener una vida saludable. Que si soy capaz de mantenerla, y en vista a los otros resultados de la analítica, podría llegar a los 90 ó 100 años.
- Para nuestra edad –me dice sin vacilación, y nuevamente haciendo cuerpo común conmigo- yo tengo una máxima: “Todo lo que nos gusta es dañino”.
Y yo, profundamente herido en la autoestima, le respondo:
- Entonces… … ¿para qué coño quiero llegar a vivir 100 años?
martes, 31 de enero de 2012
Autoestima y deslealtad: El pelo también cuenta 2
Autoestima y deslealtad: El pelo también cuenta 2: A medida que fueron llegando a la familia más y más vástagos (nadie ponía trabas a tanta fertilidad) y se iba configurando una prole verdade...
La barbería en el domicilio
A medida que fueron llegando a la familia más y más vástagos (nadie ponía trabas a tanta fertilidad) y se iba configurando una prole verdaderamente nutrida, el ejercicio de eliminar las pelambreras fuera del contexto doméstico, se fue convirtiendo en una verdadera hazaña. No sólo por lo difícil de coordinar y desplazar hacia la casa del barbero a tan abundante descendencia, sino, esencialmente, porque además de poner nuestras cabezas a merced del tirano, la arqueta desvencijada donde se escondían los desventurados ahorros, sufría, además, la inclemencia de pagar aquel ultraje.
El resultado fue que cada vez el intervalo entre corte y corte se iba magnificando. Yo cantaba victoria. Porque aquel corte en el corte, hizo posible que mi pelo creciera al libre albedrío, y luciera orgulloso, ante mis convecinos, aquella progresiva trasformación de pollo a pavo.
Pero poco duró aquel gozo. Observé para mi mal, que cierto día mi padre regresaba de un viaje con el rostro iluminado por el ánimo de la venganza. Había adquirido un artilugio con el que aseguraba que iba a acabar con todos los pelambres y dejar nuestros cráneos expeditos. Una máquina que a partir de aquel momento fue entronizada en nuestra casa como la soberana del recorte. Con ella experimentó mi padre todo tipo de tajos del cabello, creando estilos de imagen personal que, ciertamente, no generaron tendencia, pero seguro que hubieran triunfado en el libro de los record, dada su diversidad, extravagancia y la abundancia de escaleras. Sus intervenciones eran de ensayo y error. Con ellas intentaba dar con el modelo ideal de cabeza bien rapada. Y no cesó en su tentativa hasta que, cansado de experimentos, optó por la técnica del tazón o la cazuela.
Aquellos envites sobre mi cabeza me dejaban sumido en la más profunda introversión. Nunca más volví a dar la cara a los congéneres de la villa. Huraño y ausente transitaba por las calles más inhóspitas, mascullando el dolor de mi pérdida, y avergonzado por la desastrosa huella, que la máquina dejaba sobre mi pelo negro y abundante.
lunes, 30 de enero de 2012
El pelo también cuenta
No se tiene verdadera conciencia de lo que se posee hasta cuando llega el momento de su pérdida. Y esto fue lo que me ocurrió, una mañana floreciente, cuando rondaba la edad de cuatro o cinco años. Me descubrí, por primera vez, como portador de pelo, tras el duro asalto sobre mi cabeza, de un rústico rapabarbas, que olía a alcanfor y naftalina.
El descabello se produjo en la barbería de la pequeña localidad donde nací. Mi padre, que aún no había comenzado a experimentar sus habilidades para el corte, optó por llevarnos, a mi hermano y a mí, al sacrificio de nuestras cabelleras. Sin ningún rubor ni pesar nos dejó entre las rudas manos de un profano monosabio, que poco sabía del oficio. Terminada la operación, y ya de vuelta a casa, sentí un latigazo de rabia contenida. Experimenté, de modo primario, lo que tantas veces se volvería a repetir en ocasiones en la que he sido objeto de agresiones infundadas, la merma de mi identidad. En este momento se objetivaba con la sensación de haber quedado como un pollo desplumado en medio del gallinero. Un alevoso golpe sobre la construcción de mi autoestima.
El descabello se produjo en la barbería de la pequeña localidad donde nací. Mi padre, que aún no había comenzado a experimentar sus habilidades para el corte, optó por llevarnos, a mi hermano y a mí, al sacrificio de nuestras cabelleras. Sin ningún rubor ni pesar nos dejó entre las rudas manos de un profano monosabio, que poco sabía del oficio. Terminada la operación, y ya de vuelta a casa, sentí un latigazo de rabia contenida. Experimenté, de modo primario, lo que tantas veces se volvería a repetir en ocasiones en la que he sido objeto de agresiones infundadas, la merma de mi identidad. En este momento se objetivaba con la sensación de haber quedado como un pollo desplumado en medio del gallinero. Un alevoso golpe sobre la construcción de mi autoestima.
viernes, 27 de enero de 2012
La bruma que abruma

Cae la lluvia sobre el patio del colegio. Un sirimiri envuelve en visillos metálicos la atmósfera que cubre los contornos de Calatrava. Mi pituitaria recibe latigazos intoxicados de olor a pirita. La fábrica de Mirat, en las proximidades de nuestro internado, emite sus fluidos gaseosos que se mezclan con la bruma reinante. Sepultado el sol, en el horizonte todo se impregna de una fría sensación diluyente de pesadumbre y agobio. Y yo reclamo los rayos solares. Me enerva la inexplicable confusión atmosférica. Debería el sol coronar con su diadema de oro los sillares de los edificios. A punto de alcanzar los albores del verano, se me antoja burla de los dioses, esta intromisión de una climatología adversa que dinamita el flujo de mi vida optimista en el transcurso de las últimas jornadas.
Vamos entrando a clase. Con parsimonia. Algún compañero ha transmitido con gozo que aún no ha llegado nuestro profesor de literatura. No hay rastro de su presencia en los largos pasillos que conducen desde la cancela de entrada hasta la zona docente. Suele ser puntual y el hecho de su retraso puede ser signo de ausencia por cualquier contratiempo. Tal vez, sólo tal vez, hoy no haya clase. El murmullo y ajetreo de actividad ociosa del alumnado va subiendo de intensidad en el aula. Se convierte en bullicio. Un superior de la clase limítrofe irrumpe en la nuestra para imponer silencio. Nos encomienda dedicarnos al estudio mientras dure la ausencia de nuestro profesor. Momentáneamente la algarabía queda reducida a cenizas. Cenizas que prolongan el color mortecino del éter externo. El intervalo de silencio dura un suspiro. Las algaradas de los más agitadores ponen al colectivo, en escasos minutos, en situación de sutiles refriegas y trifulcas efervescentes. Y en medio de la contienda aparece como por encanto, la figura del profesor ausente.
No hay ya otro trance que el de seguir la habitual escaramuza de cada jornada escolar. Afrontamos la tarea del comentario de texto. “Desde hace un tiempo nos vemos sometidos a diario en literatura al comentario de texto. El profesor ha cogido la manía de hacer un comentario de texto y todos los días hacemos uno. Después lo corregimos en clase. Va preguntando, uno por uno, fila por fila; y por cada cuestión que falla el demandado le pone un cero. Así dice que va formando triciclos, coches, remolques, trenes...” Curiosos juguete que sacaba de su imaginaria bolsa de mago, para depositarlo en nuestros zapatos de niños crecidos, con su poder arbitrario de rey, que no de Rey Mago.
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jueves, 26 de enero de 2012
Páginas escritas

El adolescente vuelve al Diario, para expresar en él, que sigue en la línea adecuada. Para celebrar el encuentro con la vena íntima de su poesía. Mil novecientos versos, elaborados uno a uno con la parsimonia de un orfebre, habiendo vertido en ellos el caudal de los sentimientos más sublimes. El amor, la pasión, el delirio, la fértil estética que descendía de la azotea de los plenilunios y de las cascadas de noches delirantes. Aquella adolescencia en ocasiones se iba perdiendo. Pérdida insuflada por la apertura a una consciencia de realidad más objetiva. Otras veces, sin embargo, recaía en ella, como quien se deja cautivar por los pétalos abiertos de una flor desnuda. Se sentía dulcemente encorsetado en un juego de sentidos, rimas y palabras. Esclavo advenedizo de musas que le acechaban con su canto de sirenas.
12 de Enero de 1973. Para él, la poesía era, el cobijo, el aliento, el fervor…, la fórmula mágica con la que saborear todo lo relevante que le pasaba.
¿Qué ha ocurrido desde entonces? ¿Qué bloqueos produce la adultez? ¿Los años acumulados y cargados en la mochila, cual pesados bloques de granito, van cercenando la sensibilidad? ¿Qué o quién ha gestado la deslealtad que lo dejó a él al borde del precipicio?
El latigazo a la autoestima, que antes había crecido como la espuma, es un barreno que puede sepultar la mina otrora floreciente.
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miércoles, 25 de enero de 2012
Diario
Febriles dosis de pesimismo arreciaban sobre el adolescente. La melancolía, como látigo que fustigaba su mente disparatada, le impedía ver la realidad con objetividad. Un tanto perdido y desorientado, en la habitación nº 44 del internado escribía con aceleración un "Diario". De pie, a la una de la madrugada y con la determinación de tomar la cama a pesar de aún no tener sueño, se debatía entre "tirar lo toalla", dejar los estudios, o afrontar la vida con valentía y entusiasmo. ¿Merecía la pena invertir tanto esfuerzo, tiempo e incomodidad en algo que nadie le garantizaba que fuera a dar frutos? Muchos de los amigos que había dejado en el pueblo ya estaban trabajando en diferentes oficios manuales. Los estipendios logrados por ellos, iban, sin duda, a servirles de base para labrarse un porvenir lisonjero. Sin embargo él, ¿qué estaba construyendo?...¿Pero qué era lo que había provocado que hubiera entrado en barrena? ¿A qué venía ese mar de dudas? El dinero y las condiciones materiales, no habían sido nunca para él, razones de peso que determinaran las opciones vitales de su existencia. Antes bien, eran las razones vinculadas a los niveles espirituales, la estética, la búsqueda del conocimiento, el arte, la solidaridad…, las que le proporcionaban la dosis de entusiasmo necesario para vivir.El 11 de enero de 1973 era jueves. 5º de Bachillerato le atormentaba y provocaba zozobra. Intuía posibilidades de fracaso en la 2ª evaluación. Ciencias, Química y Matemáticas debían andar en la cuerda floja, tambaleándose como peonzas que van agotando su energía, agotadas de dar vueltas en torno al centro de gravedad. Y esa gravedad era la crisis que envolvía su adolescencia en la encrucijada de caminos que le tocaba vivir.
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lunes, 23 de enero de 2012
Contra el espejo
Me he mirado al espejo y no me he reconocido. El paso del tiempo ha dejado huellas rudas en mi rostro. Jajjajaja, "¿quién pensabas que eras?" Una voz de mi interior se mofa de mí, pretende hundirme la autoestima. Pero no lo va a conseguir, porque yo me veo fenomenal así, tal como soy. Irrepetible, una marca única, un ser excepcional, sobre todo a la vista de lo que abunda por ahí. Faltaría más..., ¿pero quien se creen que son los otros...? ¡A la puta mierda el espejo! Y de un golpe lo dejé hecho trizas. No consiento que nadie mine mi autoestima.
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