viernes, 27 de enero de 2012

La bruma que abruma



Cae la lluvia sobre el patio del colegio. Un sirimiri envuelve en visillos metálicos la atmósfera que cubre los contornos de Calatrava. Mi pituitaria recibe latigazos intoxicados de olor a pirita. La fábrica de Mirat, en las proximidades de nuestro internado, emite sus fluidos gaseosos que se mezclan con la bruma reinante. Sepultado el sol, en el horizonte todo se impregna de una fría sensación diluyente de pesadumbre y agobio. Y yo reclamo los rayos solares. Me enerva la inexplicable confusión atmosférica. Debería el sol coronar con su diadema de oro los sillares de los edificios. A punto de alcanzar los albores del verano, se me antoja burla de los dioses, esta intromisión de una climatología adversa que dinamita el flujo de mi vida optimista en el transcurso de las últimas jornadas.

Vamos entrando a clase. Con parsimonia. Algún compañero ha transmitido con gozo que aún no ha llegado nuestro profesor de literatura. No hay rastro de su presencia en los largos pasillos que conducen desde la cancela de entrada hasta la zona docente. Suele ser puntual y el hecho de su retraso puede ser signo de ausencia por cualquier contratiempo. Tal vez, sólo tal vez, hoy no haya clase. El murmullo y ajetreo de actividad ociosa del alumnado va subiendo de intensidad en el aula. Se convierte en bullicio. Un superior de la clase limítrofe irrumpe en la nuestra para imponer silencio. Nos encomienda dedicarnos al estudio mientras dure la ausencia de nuestro profesor. Momentáneamente la algarabía queda reducida a cenizas. Cenizas que prolongan el color mortecino del éter externo. El intervalo de silencio dura un suspiro. Las algaradas de los más agitadores ponen al colectivo, en escasos minutos, en situación de sutiles refriegas y trifulcas efervescentes. Y en medio de la contienda aparece como por encanto, la figura del profesor ausente.
No hay ya otro trance que el de seguir la habitual escaramuza de cada jornada escolar. Afrontamos la tarea del comentario de texto. “Desde hace un tiempo nos vemos sometidos a diario en literatura al comentario de texto. El profesor ha cogido la manía de hacer un comentario de texto y todos los días hacemos uno. Después lo corregimos en clase. Va preguntando, uno por uno, fila por fila; y por cada cuestión que falla el demandado le pone un cero. Así dice que va formando triciclos, coches, remolques, trenes...” Curiosos juguete que sacaba de su imaginaria bolsa de mago, para depositarlo en nuestros zapatos de niños crecidos, con su poder arbitrario de rey, que no de Rey Mago.




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