Febriles dosis de pesimismo arreciaban sobre el adolescente. La melancolía, como látigo que fustigaba su mente disparatada, le impedía ver la realidad con objetividad. Un tanto perdido y desorientado, en la habitación nº 44 del internado escribía con aceleración un "Diario". De pie, a la una de la madrugada y con la determinación de tomar la cama a pesar de aún no tener sueño, se debatía entre "tirar lo toalla", dejar los estudios, o afrontar la vida con valentía y entusiasmo. ¿Merecía la pena invertir tanto esfuerzo, tiempo e incomodidad en algo que nadie le garantizaba que fuera a dar frutos? Muchos de los amigos que había dejado en el pueblo ya estaban trabajando en diferentes oficios manuales. Los estipendios logrados por ellos, iban, sin duda, a servirles de base para labrarse un porvenir lisonjero. Sin embargo él, ¿qué estaba construyendo?...¿Pero qué era lo que había provocado que hubiera entrado en barrena? ¿A qué venía ese mar de dudas? El dinero y las condiciones materiales, no habían sido nunca para él, razones de peso que determinaran las opciones vitales de su existencia. Antes bien, eran las razones vinculadas a los niveles espirituales, la estética, la búsqueda del conocimiento, el arte, la solidaridad…, las que le proporcionaban la dosis de entusiasmo necesario para vivir.El 11 de enero de 1973 era jueves. 5º de Bachillerato le atormentaba y provocaba zozobra. Intuía posibilidades de fracaso en la 2ª evaluación. Ciencias, Química y Matemáticas debían andar en la cuerda floja, tambaleándose como peonzas que van agotando su energía, agotadas de dar vueltas en torno al centro de gravedad. Y esa gravedad era la crisis que envolvía su adolescencia en la encrucijada de caminos que le tocaba vivir.
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