miércoles, 8 de febrero de 2012
Crisis...¿resistencia o pasividad?
Cuando las tareas escolares eran sensiblemente inabordables o el cúmulo de exámenes que te venían encima, implicaba un nivel desorbitado de tiempo para dedicar al estudio, yo bajaba la guardia y me decía a mí mismo: “que pase lo que tenga que pasar”, y caía en el abandono. Con este proceder emulaba la conducta que tantas veces había observado en mi abuelo. Cuando se veía sometido a dificultades que lo superaban, se acurrucaba como un ovillo frente al rescoldo de lumbre. Dejaba la mirada perdida entre las brasas aún incandescentes, y exclamaba a intervalos repetitivos, como en susurro de jaculatoria: “Bueno..., Dios abrirá camino”.
Procedía de familia con fortuna desahogada. Me cuentan que mi abuelo, había vivido una juventud plácida y sin dificultades aparentes. Recibió de mis bisabuelos una opulenta herencia. Abundantes tierras de cultivo y pasto para el ganado, haciendas numerosas, viñas y bodega, estaban al alcance de sus dominios. Pero el destino determinó, que todo ese gran volumen, se fuera empequeñeciendo, hasta quedar reducido a la mínima expresión.
De poseer haciendas numerosas, mi abuelo llegó a quedarse con una mula coja, con la que mal cultivaba los retales de tierras que le sobrevinieron a embargos y pleitos perdidos. Logró también retener una bodega medio en ruinas, donde se refugiaba, exprimiendo las pocas uvas que habían sobrevivido a las discordias. Con ellas elaboraba, fielmente cada año, alguna cuba de vino y cantidades proporcionales de aguardiente clandestino. Tengo la impresión que el calor de estos líquidos, le dieron la fuerza para seguir, aun derrotado, con la cabeza alta en la vida.
Esos caldos le acompañaban también en la cocina. Los espacios interminables en los que vivía ensimismado con las brasas de la lumbre, eran rotos, de cuando en cuando, con algún envite de botella. Así lo descubrí yo, muchas mañanas de mi niñez. En las que él, se apresuraba ufano, a tostarme en las brasas, una rebanada de pan casero, que me ofrecía orgulloso, tras haberlo rociado con unas gotas de orujo. Me sentaba a su lado, haciendo corro en torno a la chimenea y compartía con él ese tiempo de desazón, participando pasivo de sus frecuentes jaculatorias: “Bueno..., Dios abrirá camino”.
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