martes, 31 de enero de 2012

La barbería en el domicilio

A medida que fueron llegando a la familia más y más vástagos (nadie ponía trabas a tanta fertilidad) y se iba configurando una prole verdaderamente nutrida, el ejercicio de eliminar las pelambreras fuera del contexto doméstico, se fue convirtiendo en una verdadera hazaña. No sólo por lo difícil de coordinar y desplazar hacia la casa del barbero a tan abundante descendencia, sino, esencialmente, porque además de poner nuestras cabezas a merced del tirano, la arqueta desvencijada donde se escondían los desventurados ahorros, sufría, además, la inclemencia de pagar aquel ultraje.
El resultado fue que cada vez el intervalo entre corte y corte se iba magnificando. Yo cantaba victoria. Porque aquel corte en el corte, hizo posible que mi pelo creciera al libre albedrío, y luciera orgulloso, ante mis convecinos, aquella progresiva trasformación de pollo a pavo. Pero poco duró aquel gozo. Observé para mi mal, que cierto día mi padre regresaba de un viaje con el rostro iluminado por el ánimo de la venganza. Había adquirido un artilugio con el que aseguraba que iba a acabar con todos los pelambres y dejar nuestros cráneos expeditos. Una máquina que a partir de aquel momento fue entronizada en nuestra casa como la soberana del recorte. Con ella experimentó mi padre todo tipo de tajos del cabello, creando estilos de imagen personal que, ciertamente, no generaron tendencia, pero seguro que hubieran triunfado en el libro de los record, dada su diversidad, extravagancia y la abundancia de escaleras. Sus intervenciones eran de ensayo y error. Con ellas intentaba dar con el modelo ideal de cabeza bien rapada. Y no cesó en su tentativa hasta que, cansado de experimentos, optó por la técnica del tazón o la cazuela. Aquellos envites sobre mi cabeza me dejaban sumido en la más profunda introversión. Nunca más volví a dar la cara a los congéneres de la villa. Huraño y ausente transitaba por las calles más inhóspitas, mascullando el dolor de mi pérdida, y avergonzado por la desastrosa huella, que la máquina dejaba sobre mi pelo negro y abundante.

1 comentario:

  1. Jajajjajaa, me ha encantado. A veces es bueno que la vida te haga borrar algunas experiencias poco gratificantes, no??? jajjajaa. Un beso: Gervi

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