martes, 19 de noviembre de 2013
UTOPÍA
El bosque enmarañado de ideas elocuentes y presagios proféticos crece exuberante. Se asoma a un ventanal del castillo y, en la líneas visibles del horizonte, el joven interpreta los perfiles del futuro, como la gitana que lee en la mano de un aprensivo, lo que le depara el porvenir. Como si todo el caudal de la vida se hubiera adueñado de él se siente con la fortaleza suficiente para mover montañas. El mundo tal como es (con sus miserias, arritmias de envejecido trashumante, puercoespín que clava sus púas cuando intentas atraparlo entre las manos...) no muestra un semblante como para regocijarse con su trayectoria abyecta. Pero todo puede cambiar, sólo hay que empeñarse en trasformar las estructuras que lo mantienen en la órbita del egoísmo, los intereses tóxicos de los potentados, los mediocres afanes de los conformistas... Comprometerse para dar la vuelta a un dinamismo enfermizo. Esa es la apuesta para que algún día lleguen la paz, la concordia, la justicia, la distribución equitativa de la riqueza, la participación democrática de los ciudadanos, el tiempo en el que todas puedan expresar su palabra. Y ahí estará él, en el frente de esa batalla para forjar unos tiempos nuevos.
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No son gigantes, son molinos, piensa el loco. Pero molinos descomunales que han invadido los resortes y cauces por donde circula la vida. Han taponado todas las entradas a las grutas de la esperanza. Y las lanzas de los quijotes se han destruido en esa lucha desigual, hechas trizas entre las aspas enloquecidas que se mueven sin sentido ante el rigor de huracanes turbulentos.
(“Pobre loco, ¿qué pensabas...? No hay lugar para la utopía, ni espacio para cobijar los corazones dispuestos a amar gestando sueños”).
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