viernes, 15 de noviembre de 2013
EL MITRADO EN SU LABERINTO
Llegó el obispo al castillo para realizar la reunión, visiblemente incómodo con la mitra que el ayudante le había puesto sobre la cabeza. Dejó a un lado la parafernalia debida a su alta alcurnia despojándose de los ornamentos sublimes y quedando a merced de una humilde sotana y el alzacuellos almidonado. Y reunió al equipo. Se dispuso a hacerles partícipes de la nueva disposición: había que cambiar el régimen educativo aplicado sobre los huéspedes de la fortaleza: los jóvenes que se instruían para enfrentarse a los designios de un futuro inseguro. Algunos de los insignes próceres encargados de guiar al grupo se aventuraron a realizar objeciones a dicho proyecto.
- ¿Cómo encontrarán ellos a Dios si no los obligamos a encerrarse en las capillas, o si dejamos de meter en vereda y llevar a las mazmorras a los que se desvían de la correcta senda?
Pero la firmeza del mitrado no dejaba lugar a la duda, el horizonte que debían contemplar, desde las almenas del castillo, los moradores de aquel baluarte, era el de la libertad.
- ¿Supone, reverendo padre, que Dios se encuentra encerrado en las mazmorras o en los espacios cerrados donde no entra ni la luz ni el aire fresco?... Créame si le digo que, o Dios está en los espacios libres o no está en ninguna parte.
Los nostálgicos del antiguo régimen no tardaron en ser relevados de las funciones. Muy pronto llegó el remplazo con nuevos acólitos identificados con la nueva misión. Así el ágora del saber y la orientación a una vida dignificada recibió el impulso de la esperanza. Y los jóvenes del castillo miraron de frente la aurora de la libertad.
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Las fuerzas reales están en la mano de los que quieren que nada cambie - piensa el loco - Por eso las aventuras por construir un mundo más humano acaban en fracaso.
Y el loco recibe una sacudida de profunda tristeza. En su rostro se ve reflejada la amargura que le ha sobrevenido tras haber creído en una vida diferente.
- Los contrarios a la libertad inician guerras clandestinas difamando a los gestores comprometidos con el cambio, ponen trabas y buscan adeptos para la causa de la sumisión. Someter a la grey para que nadie se desvíe del cauce establecido. Y no paran hasta que logran que los que lideran movimientos contrarios a sus intereses, caigan en desgracia y sean desplazados a lugares donde ya no tengan influencia sobre los dispuestos a seguir la estela de sus utopías.
(“¡No sabes lo que dices, loco!. La vida es una pradera donde cada uno campa a sus anchas. Un espacio para gozar del libre albedrío y no se necesitan ni líderes ni profetas que iluminen sendas diferentes por las que avanzar”)
Y, como tantas veces, el loco calla. En su rostro se dibuja una mueca de nostalgia y el sentimiento áspero de no haber comprendido bien el sentido de esta vida que corre veloz en los lomos de un corcel desbocado.
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