martes, 25 de noviembre de 2014

La felicidad

El loco se sorprende. Alguien le ha preguntado si es feliz. Por un momento en su cabeza siente el impulso a responder con otra pregunta. “¿Y qué es la felicidad?” (“¿Y qué es la verdad?”, responde Pilato a Jesús de Nazaret, poco antes de condenarlo). Y de algún modo siente que la respuesta a esa pregunta encierra también una especie de condena o una trampa. Lo políticamente correcto es decir que sí. Eres feliz. Decir que no, supone que los que te rodean te vean como alguien apestado. Vivimos tiempos en los que hay que vivir felices por prescripción facultativa. Los voceros que cuelgan slogans en las redes sociales (pasquines coloristas incitando al buen vivir, frases piadosas colgadas en el enlosado del ciberespacio, sentencias redondas atribuidas a maestros de filosofía oriental), o envían whapsap a diestro y siniestro a sus conocidos y allegados..., lo recomiendan encarecidamente en virtud de la imprescindible autoestima, de la entronización del individualismo, del necesario conformismo con el que debiera vivir cada uno, o de la huída hacia adelante escapando de pasados funestos... ¿Pero qué hay de verdad en ese flujo que se expande como un reguero artificial por los vericuetos de nuestro camino?, se pregunta el loco. Y se siente tentado a decir que no, aunque sólo sea por ir contra corriente o por situar la conquista de la felicidad en el horizonte de un proceso. ___________________________________________________________________________________________________________________________________________ Para Celemín, la pregunta sobre la felicidad es un modo de entrar en contacto: “¿Eres feliz”?, le lanza a una chica morena cuando se cruza con ella en dirección a los baños del Sgt Pipper's, en una de esas noches de frenesí discotequero. Un modo de contacto. Nada más. Porque él se da cuenta que la felicidad sólo puede ser un cuadro, un precioso cuadro pintado a acuarela, deslumbrante de colorido y armonía. Un cuadro que se va pintando poco a poco, con continuas correcciones y que nunca llega a estar terminado. Y hay que tener cuidado con el engaño. Porque en ocasiones, lo que aparece como felicidad, sólo son brochazos. Brochazos que con frecuencia son dados al buen tuntún, sin sentido de la estética ni encaje en el conjunto de la pintura. Borrones que oscurecen más que la revitalizan .

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