viernes, 28 de noviembre de 2014

EL 7º DE CABALLERÍA

El tiempo deslizándose en una ráfaga de metralla. Sin pausa, porque, cual tarde de domingo, se va consumiendo una nostalgia helada. Ya no hay batallas que librar, no ha vuelto el general Custer para dirigir la contienda contra Cheyennes y Sioux. Sólo queda dejarse conducir hacia adelante, con el pálpito afanoso para, al menos, arañar nuevos sueños, que hagan olvidar a los ya desvanecidos. Aunque éstos queden velados en los perfiles de lontananza. Las acuarelas de serpentinas se reflejan en las aguas inquietas del Pisuerga, que van atolondradas en busca de un destino. Y el loco, contemplando el ir y devenir de su caudal, intenta rozar con sus dedos las dos vertientes del río: la que se dirige hacia la meta confusa del desagüe y la que viene de la eclosión torrencial de su nacimiento. Mucho abarcar para tan poco vuelo. -----------------------------------------------------------------------------------------------------------------------
El tiempo proyectado hacia un infinito irreal. Eclosión de júbilo. Él alberga un pálpito, cree atenazar la historia entre sus manos. Embriagado por la fuerza que nace de una vida aún sin rasgaduras, Celemín se siente como el general Custer. Siente el fascinante impulso que le ha dejado la película de la tarde de domingo. Un tumulto originado por trescientas gargantas que gritan y aplauden enloquecidas cuando llega el 7º de caballería para librar al escuadrón que ha caído en manos de los indios. La vida por delante es una conquista de metas y espacios. Una amplia pradera por donde correr aspirando a bocanadas el oxígeno de la plenitud. Las cúpulas del castillo donde habita se hierguen como cipreses que acarician el cielo.

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