El amor, la pasión, el delirio, la fértil estética que descendía de la azotea de los plenilunios y de las cascadas de noches delirantes, llevaban en volandas al joven del castillo hacia el cielo de las fantasías. En ocasiones, sentía que aquella adolescencia se le iba escapando como agua cristalina entre las yemas de los dedos. Pérdida insuflada por la apertura a una consciencia de realidad más ecuánime. Otras veces, sin embargo, recaía en ella, como quien se deja cautivar por los pétalos abiertos de una flor desnuda. Se sentía dulcemente encorsetado en un juego de sentidos, rimas y palabras. Esclavo advenedizo de musas que le acechaban con su canto de sirenas. Para él, la poesía era el cobijo, el aliento, el fervor…, la fórmula mágica para saborear todo lo que llegaba a su pecho como ramillete de hortensias de primavera.
- - - - El pobre loco que transita por la pendiente del abismo, sigue ligado a la quimera de las musas. Es el único idilio que le ha sobrevivido tras los envites de desamores traición. Y se impregna del efluvios del verso como quien aspira un narcótico que le haga olvidar sus diluidas pasiones. Alivia las heridas causadas por las mezquindades lanzando al horizonte sus poemas, como grito amargo del desahuciado. Pero no, no sólo han sido los reveses de amores insatisfechos los que fustigan su espíritu hoy desvanecido. Fue el efecto de la escarcha, que heló de cuajo las yemas de los frutales que comenzaban a germinar en primavera. Fue el palpar el vacío en las entrañas, de aquellos que, en otro tiempo, creyó que estaban plenas de integridad. Fue el descubrir, en tantos con los que contaba, los bordes cortantes del desprecio por el ser humano.
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