miércoles, 28 de marzo de 2012

Educación, liberar el genio de la lámpara

La vida de cada persona es un misterio. La originalidad con la que somos concebidos y aterrizamos en esta historia nos constituye como personas irrepetibles y geniales. No importa que unos tengan mayores dotaciones intelectuales, dominio más destacado en habilidades artísticas o posibilidades relacionadas con su naturaleza física. Contemplar cada perfil de nuestros congéneres, incluso aquellas vidas que nos parecen más determinadas por aspectos defectuosos, nos harán ver la singularidad y genialidad del ser humano. Pero las posibilidades de desarrollo y crecimiento de las personas no se dan en todos por igual. Las condiciones de existencia de cada uno son tan dispares que pueden llevar a alcanzar cuotas grandiosas de perfeccionamiento o dejar al genio encerrado en una lámpara de Aladino. Si nadie la acaricia, el espíritu quedará aprisionado por toda su existencia, incluso engendrar deformidades. La educación cumple esa función de liberar al genio. Y es en los primeros años de vida y en la etapa adolescente donde la educación tiene una mayor incidencia. Todos podemos rastrear en nuestro pasado y darnos cuenta de situaciones vitales que han dejado profundas huella. Huellas liberadoras del genio o restregones destructores que nos han dejado aprisionados y subyugados en la estrechez de la lámpara. Educar no es adoctrinar. Se trata de hacer posible experiencias, facilitar caminos para explorar, crear cauces para descubrir el lugar que a cada uno quiere elegir, establecer mediaciones que posibilite a todos ser protagonistas y expresar su PALABRA.

lunes, 12 de marzo de 2012

Deslealtad y fronteras

Todo aquello que encontramos en el transcurso de nuestra vida es para disfrutarlo. Pero no nos pertenece. Es patrimonio gratuito que pertenece a todos. Cuando digo ”a todos”, me refiero a todos aquellos que hemos aterrizado en este mundo y ocupado cada rincón de la tierra. Desde las esquinas más perdidas de África, hasta el centro más preciado de nuestro hogar de Occidente.
No tengo yo más derechos que ese pobre vagabundo que deambula de acá para allá sin tener un techo bajo el cual cobijarse. Ni estoy en posición de mayores privilegios que el subsahariano, que abortado de su país de origen, a causa de la hambruna y la miseria, llega en patera a las costas españolas, buscando desesperados un porvenir incierto para él y sus familiares que quedaron lejos. No existen fronteras naturales que dividan el planeta en los del Norte y los del Sur, en Oriente y Occidente, Asia y Europa, Primer y Tercer Mundo, Castellanos y Vascos, Catalanes y Andaluces… … No hay fronteras. Se han dibujado, en función siempre, de los intereses de los más fuertes o los más avispados. Las fronteras las ponemos nosotros, en virtud de intereses ilegítimos que pretenden acaparar bienes y privilegios, desde la cerrazón egoísta. Los bienes que están en este suelo que pisamos, no le pertenecen a quien llegó primero, ni en función de la parcela artificial del planeta donde uno nazca. Están ahí para ser usados en función de las necesidades de cada uno. Y como ocurre con la libertad, puedo usarlos en la medida que su uso no vulnere el legítimo derecho que tiene también el otro a su propio disfrute. Han de cubrir mis necesidades, pero también del que está a mi lado, del que viene de lejos y del que está en la distancia. Los bienes (materiales, culturales, estéticos, etc.), pueden servir de puente para unir a todas las personas, no para separar, posibilitan estrechar lazos, para crear la fraternidad humana, la fraternidad universal. Para vivir todos y que no malviva nadie. Lo contrario es una deslealtad proyectada no sólo contra los demás sino también contra nosotros mismos.

viernes, 9 de marzo de 2012

Medias verdades y elocuentes mentiras

La mayoría de los padres, y también los abuelos, consideran a sus vástagos los más bonitos del mundo o los más salados… Pero son millones y millones de padres, millones y millones de abuelos, que tienen idénticas apreciaciones sobre sus propios descendientes. Nos da esto idea de la poca objetividad con la que nos enfrentamos a la realidad y a la propia naturaleza humana; y de cómo los sentimientos son capaces de enturbiar la visión realista de la vida. ¿Qué es verdad y qué es mentira?, nos preguntamos sin hallar respuestas convincentes.
Al reparar en los heterogéneos discursos que nos lanzan políticos, analistas, pensadores, filósofos y voceros de toda índole, nos damos cuenta de que el peso de “la verdad” que anuncia cada uno, es tan poderosa como la “verdad” antagónica de su contrario. Es decir, pensamientos opuestos, en extremos que parecen irreconciliables, son verdades fidedignas vistas desde la esquina de sus respectivos argumentos. Hoy se viene manteniendo (incluso por un mismo agente) una posición y su contraria sin ningún recato. Desde ésta, y, perspectivas similares, sería fácil afirmar que todo en el fondo es mentira. Sólo el cristal con el que miramos nos ofrece imágenes, que creemos realistas, pero que pueden variar cuando nos cambiamos de gafas. Por ello creemos sentirnos más seguros cuando nos encerramos en círculos relacionales de los que usamos las mismas “gafas”. Fuera del círculo, todos son extraños, visionan la vida desde parámetros diferentes y nos encontramos amenazados por su forma de mirar. El riesgo de convertirnos en seguidores sumisos a ideologías, grupos políticos, adhesiones religiosas u otros tipos de grupo, es evidente. Sólo si somos capaces de contemplar la vida y cuanto acontece, con mente abierta, sin prejuicios, y con la capacidad de intercalar con frecuencia las “gafas” con las que visionamos la realidad, nos puede permitir acercarnos un poco a la objetividad que ansiamos. Porque la verdad no es de nadie. Está compartida.

miércoles, 7 de marzo de 2012

Educación en candelero

Soy de una generación en la que, aquellos que pertenecíamos a sectores de población con escasos recursos, sobre todo en zonas rurales, apenas teníamos posibilidad de recibir una educación medianamente decente. Algunos lo conseguimos gracias a nuestra salida de la casa paterna para internarnos en colegios de religiosos, con la perspectiva de terminar siendo miembros de las órdenes que nos acogían. Aunque al final, muy poco terminaron engrosando dichas instituciones. Otros, los menos,fueron a colegios de pago o públicos, pero forzando una inmigración a centros poblacionales donde éstos se ubicaban, lo que suponía un desembolso económico, que sólo con tremendos sacrificios de los progenitores, lo hacían posible. Pero una gran mayoría de nuestros coetáneos no corrieron esa suerte, y apenas tuvieron otra posibilidad que aprender a leer, escribir y defenderse con las “cuentas” básicas.
Es verdad que en muchos casos, la educación que hemos recibido tampoco nos ha abierto grandes perspectivas laborales, y, por regla general no nos ha sacado de pobres. Podemos haber ido a la universidad, sacado una carrera y mal que bien obtenido un trabajo ligado a la profesión, pero puede que no nos haya proporcionado grandes estipendios económicos. Pero sí una gran satisfacción moral y una dignificación personal que está muy por encima del dinero. Porque eso es lo que tiene la educación, posibilita el desarrollo del intelecto, la comprensión del mundo que nos rodea y el despliegue de las capacidades que más humanizan a los seres humanos. Con la llegada de la democracia y los avances en los sucesivos planes y leyes educativas, el panorama cambió por completo. Las posibilidades de acceso a la educación, independientemente de que todo puede ser mejorable, ha sido prácticamente plena. Y hemos podido gozar de una educación básica y gratuita desde una educación pública de calidad. Con sus lagunas, es verdad, pero que ha supuesto un avance sobresaliente. Quién iba a pensar hace años que cualquier niño, independientemente de extracción social, podría tener educación gratuita y de calidad hasta los 16... Pero hemos de ser conscientes de que la educación tiene aún por delante un largo camino que recorrer; metas que perseguir y errores que corregir. Y que este pulso hacia el futuro implica sobre todo inversión económica significativa. Es esencial para la vida del ciudadano y por ende para el desarrollo económico de los pueblos.

jueves, 1 de marzo de 2012

El correo sin alma

¡Qué agradable experiencia la de establecer contactos y relaciones a través del correo postal! En la época en la que estaba enfrascado, en la plena adolescencia y 1ª juventud, las cartas que recibía y enviaba, por lo general, iluminaban y daban brillo al devenir de mis días. Y me insuflaban la autoestima. Conservo cartas que aún retienen perfúmenes, que me transportan a aquéllas épocas, removiendo sentimientos lejanos y acercándomelos a la frontera de mi presente. Que maravilloso tener la posibilidad de acercar la pituitaria a ese sobre, con signos inexorables del paso del tiempo, y deslizarte, a través de su olor, al encuentro de momentos sublimes de tu pasado.
En la actualidad, el correo electrónico y las nuevas tecnologías, han dado un paso de gigante, en cuanto al establecimiento de la comunicación y las relaciones rápidas. Sin embargo, se mueven en un terreno de primacía virtual que deja de lado otros sentidos. La calidad física que entraña aplicar el tacto, palpando sobres y cartas, estableciendo cierto contacto físico como extensión del cuerpo del remitente, se me antoja insustituible. El aroma, la tinta, los dibujos y otra variedad de recursos icónicos, adjuntados para las diversas situaciones, configuraban un espectro de tonalidad colorista que te transmitían calidez y frescura. Los emoticones, iconos, fotografías, músicas para ambientar el contacto de esta época, no dejan de ofrecer una gran variedad de matices y recursos, pero pienso que contienen una mayor frialdad y encorsetamiento. El desarrollo y los avances técnicos dejan con frecuencia en el tintero aspectos que eran esenciales. Nos atrapan con sus grandilocuencia colorista, mientras esconden en el fondo un pinchazo de deslealtad.