Fue un tiempo en el que vivir alejado de mis raíces me proporcionaba un sentimiento de estabilidad. Por ello, las vacaciones, puentes u otros eventos que suponían volver al pueblo, no eran motivo de gozo. Mientras mis compañeros deseaban con satisfacción la llegada de esas fechas que suponían pasar unos días en sus casas, yo recibía tales injerencias en el vivir cotidiano con dosis apreciables de fastidio. Sentimientos encontrados se infiltraban sobre mí. Me apetecía encontrarme con mis padres, hermanos y familiares; pero rechazaba el hecho de volver a un escenario, el pueblo, dónde yo me sentía demasiado extraño, como fuera de mi hábitat natural.
Resulta insólito que alguien que ha tenido sus raíces
profundas en el ámbito rural, sienta esta ambivalencia de sentimientos al
reencontrarse con sus orígenes. Mas, el rechazo a la experiencia que tuve de
trabajo en las faenas agrícolas, en una edad tan tierna, me había marcado tan
negativamente, que sólo el hecho de acercarme a la villa me provocaba un temor
inconsciente.
Se producían otras cuestiones que me desvinculaban de
aquella realidad. El influjo que sobre mí tenía las referencias ancestrales, el
modelo de religiosidad tradicional y las pautas educativas de naturaleza
enfermizamente puritanas, que conformaban el familiar, me
tenían constreñido, con falta de vuelo, como una gaviota indefensa atrapada en
las redes olvidadas del puerto pesquero.
Me movía por el pueblo sin libertad, adoptando conductas
postizas, reflejo del ideal que se suponía debía corresponderme. Trataba de
representar el modelo de jovencito serio, respetuoso, responsable, educado, virtuoso,
católico añejo...; y alejado del peligro de las chicas, porque como me
enseñaron desde niño, “entre santa y santo...., pared de cal y canto ”.
Conductas que me llevaban a mantener distancias, como si todo que supusiera
cercanías pudieran contaminarme. Me relacionaba con mis paisanos como si
portara un airbag invisible que me libraba de un posible choque destructivo.
Así pasaba por el pueblo sin integrarme en el corazón de su
vida. Ausente de sus costumbres. Sin participar en sus juegos. Lejano de sus
bailes. Mostrando frialdad ante posibles devaneos con el sexo femenino.
Desvinculado de sus gozos y sus sombras.
Inhibido y desalentado, me sumía en una prolongada
contemplación de cuanto me rodeaba desde el borde de una estratosfera
indescifrable.